En esta ocasión no es un tópico
afirmar que es pequeña pero muy muy grande. Desgraciadamente, la hemos conocido
por haber sido víctima de la violencia, pero no es una de tantos menores
heridos por balas asesinas en un conflicto bélico, esos niños “de la colina del
Principito” a los que la cantautora chilena Mariela González dedicara uno de
sus temas, ella es mucho más. Me refiero, como no, a la jovencísima activista
por los derechos civiles Malala Yusafzai.
Malala es una adolescente, casi
una niña, una chica cuyas preocupaciones deberían ser ahora mismo aprobar la
secundaria, desarrollar sus aficiones y
salir con sus amigos, sin embargo las injustas condiciones de su existencia han
puesto delante de esta joven paquistaní dificultades y retos mucho mayores que
ella ha asumido con la naturalidad de quien es sabedora de que esa y no otra es
su misión en la vida. Y lo ha hecho con una decisión, una claridad de miras y
una madurez que ya quisieran para sí muchos adultos. Malala desde muy pequeña
comprendió que la única salida para las mujeres de su tierra, el Valle del río
Swat, era la educación, por lo que no dudó, siguiendo el ejemplo de su padre,
en desafiar a aquellos que, desde una posición cerril y fuera de toda lógica,
contraviniendo incluso los preceptos de la fe que dicen defender, se empeñaban
en negar el elemental derecho de las niñas a la escolarización. Para ello con
sólo trece años abrió un blog en el que, en inglés y bajo pseudónimo, contaba
su vida, la vida de una niña, bajo el régimen talibán, y participó en un
documental del New York Times.
Pero la reacción de la sinrazón y
la barbarie de aquellos a los que se enfrenta la claridad y lucidez de esta
muchacha no se hizo esperar, y los disparos de un terrorista, de un asesino con
la ceguera fundamentalista de quien no ve más allá de su propia cerrazón, a
punto estuvieron de segar la vida de la que ya entre su gente era considerada
una heroína. Fusiles contra palabras, la fuerza contra la razón, el fanatismo
frente a la cordura, una vieja historia que esta vez puso su objetivo en una
niña y que nunca más debería repetirse.
Mientras se recupera en su cama
de un hospital londinense, Malala se ha convertido ya en todo un símbolo. Sus
ojos, su lucha, son una luz de esperanza para muchas niñas y mujeres y su
valentía un ancla a la que asirse frente al miedo, pero también nos hablan de
todo lo que queda por hacer, del camino que falta por recorrer para que la
libertad y la igualdad sean una realidad en todo el mundo.
Desde este blog nos unimos a
todas las personas que desde cualquier punto del planeta rezan o mandan energía
a esta luchadora joven, queremos que este sea nuestro pequeño homenaje a ella y
a su causa. Va por Malala, y por todas las Malalas que trabajan y sueñan
imaginando un futuro mejor.
Honor a quien honor merece!
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