El metro.
Hay gente no entiende que me guste
viajar en metro. Es cierto que lo hago en condiciones muy favorables,
a una hora que no está masificado y el trayecto es relativamente
corto, sólo unos 30 minutos más que en vehículo propio.
Pero ¿si no soy una abierta defensora
de la ecología y el transporte público, por qué encuentro
atractivo viajar en suburbano?
Pues es sencillo.
Esos 30 minutos son absolutamente míos,
privados, intransferibles, para usarlos y gastarlos como mejor me
parezca.
¿En qué los suelo emplear?
A veces leo un libro, aunque el
trayecto es demasiado corto para poder concentrarme en una lectura
productiva; a veces escucho música, uno de mis vicios; y la mayoría
de las veces me dedico únicamente a pensar.
Pensar.
Porque cuando eres mamá y trabajas fuera y por supuesto dentro de casa, tienes tantas cosas en la cabeza, tanto ruido, que
no puedes siquiera escucharte a ti misma.
Y esos minutos se convierten en un
regalo diario, un momento de paz y de tranquilidad, de introspección.
Un hueco en el día para ser yo misma y
olvidarme de todas mis ocupaciones y todos aquellos que dependen de
mí.
Ahí estoy solo yo, agarrada a la barra
para no caerme cuando frena, a veces sin prestar atención siquiera a
la música que suena en mi Iphone, y desde luego sin comprobar el
WashUp o los SMS.
¿Quién demonios fue el iluminado que
dotó de red WIFI gratuita al metro?
Hay que tener mala leche para no dejar
ni un refugio donde escondernos de las llamadas y los pitidos de
tantos y tantos amigos bien-intencionados que se dedican a
bombardearnos con todas sus buenas noticias, y que además nos exigen
saber en todo momento nuestro estado.
Pues ahí va el mío.
Estado actual: OFF.
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