lunes, 14 de enero de 2013

El ángel de los besos



Siempre fue sensible al dolor ajeno, pero cuando fue madre mucho más. Le dolía cuando veía niños pasarlo mal, hasta tal punto que dejó de ver las noticias, de leer los periódicos, de mirar la televisión. Imágenes habían quedado impresas en su mente, y durante años y años varias historias fueron recurrentes en sus recuerdos, como fantasmas que ni el tiempo podía ahuyentar.

Con los años aprendió a vivir con esos sucesos rondándole la mente, a veces los alejaba unos días y otras veces los recordaba hasta que se convertían en algo que podía tragar y digerir durante un rato, hasta la próxima vez.

Un día una amiga le comentó que había visto una niña pequeña, apenas un bebé, con sus padres en un centro comercial. La madre hablaba a la niña con dureza, con crueldad incluso, y se había quedado mal durante todo el día. Normal para alguien que es madre y que es persona, que sufre cuando los demás sufren, y más en el caso de un niño.

Por la noche, amamantaba a su hijo en silencio, en la cama, acostados juntos. Luego se durmieron abrazados y al rato despertó. Le miró, sus rizos suaves, su respiración pausada, sus pestañas rizadas. Le besó, pensando en esa niña que quizá dormía también pero puede que no se sintiera tan feliz, tan segura, tan querida. Y al besarle otra vez, envió mentalmente un beso a esa niña, estuviera donde estuviera, para que aún dormida, lo recibiera y fuera consuelo en medio de sus sueños.

Y dicen que un ángel escuchó ese pensamiento y desde entonces, cada beso que una madre da a su hijo es multiplicado y enviado a todos los niños que sufren en el planeta, mientras duermen, para que sean sanadores y reparadores de daños, para que alimenten sus sueños y den vida a sus esperanzas. Para ser consuelo en medio de la aflicción y crear seres humanos más felices y justos.

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