Mi abuela me había hablado de él.
Era un gorrión que venía todas las mañanas a posarse en los geranios del
balconcillo mientras ella desayunaba. Me había dicho que, si me quedaba algún
día a dormir y no era muy remolona para levantarme, podría verlo, y para mí,
que tenía tres años, aquello era toda una novedad. Por eso aquel ya lejano seis
de enero, cuando todos los adultos expectantes me formularon la pregunta de
rigor: “¿Quién viene hoy?”, yo no dudé en responder, ante el asombro general,
que el pajarito que se posa en las macetas. Poco materialista que era una a los
tres años, edad en la que se suponía que ya la visita de sus Majestades de
Oriente tenía que hacerme perder el sueño por la ilusión.
Claro que, las Navidades
siguientes compensé con creces las expectativas de todos los adultos que me
rodeaban, y, olvidado el alado visitante de mi abuela al que, dicho sea de
paso, nunca conocí, disfruté como la niña que era con la cabalgata de los
Reyes, el montón de caramelos que caían sobre la capucha de mi trenca (que años
más tarde me enteré que no provenían de las manos de los monarcas de las
carrozas sino de las de mi tía, ¡bendita inocencia!), las mariposas en la tripa
que me impedían dormir y el madrugón matutino para correr al cuarto donde la
magia de la noche, confabulada con la dedicación de mis padres y parientes,
había dejado juguetes y libros rodeados de dulces, ¡ay ese roscón!, e incluso
en alguna ocasión una carta de Melchor felicitándome el año, o la cara de
Baltasar pintada en un balón de plástico.
Así fue durante algún tiempo, al
final del cual fui yo quien volvió las tornas y seguía la corriente a los
mayores por eso de no quitarles a ellos la ilusión. Sin embargo, ser la
primogénita de cuatro hermanos me llevó a vivirla muy pronto desde la otra
orilla: la de ayudar a dar cuerpo a la fantasía de los pequeños. Recuerdo que
me sentía mayor ayudando a mis padres a colocar los regalos, que incluso
ahorraba durante el año para poner mi detallito a todos y que me sentía
recompensada viéndolos a ellos felices.
Por eso, cuando nació mi primer
hijo continué con la tradición. Sé que muchos padres hablan de engaño y de
mentira y dicen no querer hacer partícipes a sus hijos de algo que consideran
una farsa. Evidentemente respeto su postura y no voy a intentar desde estas
líneas convencer a nadie de nada. Que cada cual haga con las celebraciones lo
que quiera. Es más, yo también me planteé en algún momento esa cuestión, pues
si de algo me precio es de, adaptada a su edad y entendimiento, haber siempre
intentado decir a mis hijos la verdad, de haber sido honesta con ellos.
Pero con los Reyes Magos me
permití una licencia, porque, por otra parte, no consideraba que les estuviera
mintiendo. Al menos no más que cuando escribo un poema, o invento un cuento. Y
es que hay muchos tipos de verdades: unas son objetivas y hacen referencia a la
realidad, y otras, subjetivas, pueden vivir en el mundo de los sueños, en el de
la imaginación y la poesía. ¿Quién dice que no existen? No, Melchor, Gaspar y
Baltasar no son más que una invención sobre otra invención, que atribuye
realeza a unos magoi, de los que no
se dice tampoco su número, y que aparecen en un texto que tiene más de
teológico que de histórico, pero de lo que no cabe duda es de que la magia del
seis de enero existe para quienes la hemos vivido, y que tiene su lugar dentro
de ese universo simbólico.
Tengo un amigo que afirma creer a
pies juntillas que su primera bici se la trajeron los Reyes. No, no está loco
ni nada por el estilo. Es un sensato profesor de secundaria. Pero esa
bicicleta, contra todo pronóstico, estuvo en su casa un seis de enero por la
mañana de manera casi mágica. Andando el tiempo, ya de adulto, los Reyes le han
traído otro tipo de regalos, como una amistad casi imposible. Y me consta que
este año también tienen un regalo muy especial para él.
Mis hijos han pasado ya la edad
en la que todo prodigio es posible, sin embargo el día de Reyes sigue siendo
muy especial en casa, porque, aunque naturalmente esos personajes han pasado
para ellos al desván de las fantasías de la infancia junto al Ratón Pérez y
Agusa, pervive el espíritu, ese que nos lleva a devanarnos los sesos buscando
el mejor regalo para cada uno, el que nos hace jugar a esconder las sorpresas y
todavía los manda a la cama con hormiguillas en el estómago y los saca de la misma bastantes horas antes que
cualquier día festivo, para, una vez abiertos todos los paquetes, sentarnos a
desayunar el roscón que determinará quién es en esa ocasión el rey de la
jornada. Eso sí, carbón nunca ha habido, salvo el que ya de adolescentes nos
intercambiábamos de broma mis hermanos y yo, porque nuestros Reyes nos quieren
incondicionalmente y no son partidarios de reprimendas o castigos. Además, eso
de los niños malos sí que es una mentira y una leyenda urbana.
¡¡¡FELIZ NOCHE DE LA MAGIA Y LA
ILUSIÓN!!!
Preciosa entrada, yo también me he planteado si lo de los reyes no sería una mentira y si eso sería bueno para los niños, pero al final lo veo como tú. Como una ilusión que incluso puede contagiar a los adultos cuando ven sus caritas ilusionadas.
ResponderEliminarSelene todavía cree y estoy harta de mordisquear mantecados la noche de Reyes para que crea que son ellos.
ResponderEliminarHay quien me dice que no está bien ,que ya es mayor y te aseguro que no sé cómo hacerlo sin que piense que la he engañado.
Creo que nada volverá a ser igual si lo hago.
Ya me aconsejarás.
Un beso,preciosa entrada.
¡Ay, no soy quién para aconsejar nada! En realidad nadie puede aconsejarte. Sólo te diré lo que yo he hecho con los míos. Yo nunca revelé nada, me parece muy frío coger al niño, a la niña, y decirle: "Mira, cielo, todo eso que los mayores te han contado de los Reyes, esos personajes en los que tú crees y a los que dejas mantecados para que repongan fuerzas, no existen. Los regalos los compramos los adultos". No, las cosas no van así, porque además ella se encargará de cerrarse a la evidencia y negarlo. Déjala disfrutar con su ilusión, deja que crea en la magia, que este mundo desangelado está falto de ella. Si todos nos hiciéramos un poco niños, mejor nos iría.
EliminarCuando llegue el momento ella misma comprenderá lo que ocurre: que la magia la ponen los adultos que la quieren y que se esfuerzan por que esa mañana ella vea sus deseos hechos realidad, por lo tanto, ¿quién dice que el espíritu de los Reyes Magos no existe? Entonces las cosas serán diferentes, pero no peores. Entonces la noche de Reyes se transformará porque ella también participará en la magia de hacer un poquito felices a los que ama, de tener un detalle de cariño. Magia compartida.
Yo lo que nunca perdería de vista es una cosa: se trata de una forma como muchas de manifestarnos el cariño, de tener un detalle, nunca un concurso consumista.
A veces los adultos nos encargamos de complicar cosas que en realidad son mucho más simples. Déjate llevar y disfruta con ella.
Besitos a las dos.