martes, 20 de noviembre de 2012

EL DERECHO A LA IMAGINACIÓN

 
"La palabra progreso no tiene ningún sentido mientras haya niños infelices."
(A. Einstein)
 
 
Ningún artículo de la Declaración lo recoge expresamente, pero sin duda se encuentra subyacente en el espíritu de todos ellos: niños y niñas tienen derecho a ser felices, a soñar, a vivir sin más preocupación que esta: ser niños. El universo de la infancia es un mundo mágico en el que tienen cabida todo tipo de ilusiones, en el que todo es nuevo, ya que la vida está por estrenar, por lo que la única misión de los adultos no sería otra que tener la delicadeza suficiente como para no matar su curiosidad innata, proporcionando, al mismo tiempo, alimento sano a la imaginación desbordante de las criaturas.
 
Por tanto, aunque tampoco aparezca de manera explícita en la Declaración, ningún niño del mundo debería verse privado de la compañía de esos amigos fieles e incondicionales que son los libros. Abrir un libro es como abrir un ventanal que descubre paisajes insospechados, subir en una alfombra voladora que nos lleva en las alas del pensamiento por otras realidades. Un libro puede ser fuente de información para saciar esa curiosidad de la que antes hablaba, pero también un instrumento privilegiado para vivir aventuras inusitadas, para conocer a personajes fantásticos o para aprender a degustar la belleza de las palabras.
 
Es por eso que todos los niños y niñas del planeta deberían tener a su alcance la posibilidad de disfrutar con la lectura. No se trata sólo del derecho al aprendizaje de la lectoescritura o de tener a su alcance medios como escuelas y bibliotecas. Me refiero a algo mucho más profundo que va más allá de los meros medios materiales e instrumentales, que, con ser de vital importancia, no bastan. Estoy hablando del descubrimiento del placer de la lectura, en la que los pequeños han de ver una posibilidad de deleite, de goce y de satisfacción y no una obligación tediosa y pesada.
 
El derecho de los niños al disfrute de la literatura pasa por el ofrecimiento libre de las lecturas, poniendo a su disposición, a la manera de una bandeja de manjares, una variedad de títulos entre los que escoger sin prisas y sin premuras. Niños y niñas han de acercarse a ellos sin miedo para tocar y acariciar sus portadas, hojear sus páginas, leer sus contraportadas o solapas y así poder elegir libremente. Y no pasa nada si al final descubren que la elección no fue acertada. Aunque es bueno indicarles que siempre deben dar una segunda oportunidad al libro  y no abandonar a la primera, pues muchas veces los autores nos sorprenden y lo que en principio nos aburría termina por apasionarnos, deben también entender que no están obligados a leer aquello que no les motiva, pues la lectura nunca ha de ser para ellos una aburrida y fastidiosa rutina.
 
Dar a los niños la posibilidad de apasionarse por la lectura, enseñarles a amar de verdad los libros sin lugar a dudas contribuye a formar para el futuro a personas libres, con sentido crítico y capacidad de análisis, en una palabra, ciudadanos plenos y concientes de sus derechos y deberes. Pero mientras ese futuro llega, dejémosles soñar mientras vuela su imaginación con las blancas alas de las páginas de un libro.    


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