"La palabra progreso no tiene ningún sentido mientras haya niños infelices."
(A. Einstein)
Ningún artículo de la Declaración lo recoge
expresamente, pero sin duda se encuentra subyacente en el espíritu de todos
ellos: niños y niñas tienen derecho a ser felices, a soñar, a vivir sin más
preocupación que esta: ser niños. El universo de la infancia es un mundo mágico
en el que tienen cabida todo tipo de ilusiones, en el que todo es nuevo, ya que la
vida está por estrenar, por lo que la única misión de los adultos no sería otra
que tener la delicadeza suficiente como para no matar su curiosidad innata,
proporcionando, al mismo tiempo, alimento sano a la imaginación desbordante de
las criaturas.
Por tanto, aunque tampoco aparezca de manera
explícita en la Declaración, ningún niño del mundo debería verse privado de la
compañía de esos amigos fieles e incondicionales que son los libros. Abrir un
libro es como abrir un ventanal que descubre paisajes insospechados, subir en
una alfombra voladora que nos lleva en las alas del pensamiento por otras
realidades. Un libro puede ser fuente de información para saciar esa curiosidad
de la que antes hablaba, pero también un instrumento privilegiado para vivir
aventuras inusitadas, para conocer a personajes fantásticos o para aprender a
degustar la belleza de las palabras.
Es por eso que todos los niños y niñas del planeta
deberían tener a su alcance la posibilidad de disfrutar con la lectura. No se
trata sólo del derecho al aprendizaje de la lectoescritura o de tener a su
alcance medios como escuelas y bibliotecas. Me refiero a algo mucho más profundo
que va más allá de los meros medios materiales e instrumentales, que, con ser
de vital importancia, no bastan. Estoy hablando del descubrimiento del placer
de la lectura, en la que los pequeños han de ver una posibilidad de deleite, de
goce y de satisfacción y no una obligación tediosa y pesada.
El derecho de los niños al disfrute de la literatura
pasa por el ofrecimiento libre de las lecturas, poniendo a su disposición, a la
manera de una bandeja de manjares, una variedad de títulos entre los que
escoger sin prisas y sin premuras. Niños y niñas han de acercarse a ellos sin
miedo para tocar y acariciar sus portadas, hojear sus páginas, leer sus
contraportadas o solapas y así poder elegir libremente. Y no pasa nada si al
final descubren que la elección no fue acertada. Aunque es bueno indicarles que
siempre deben dar una segunda oportunidad al libro y no abandonar a la primera, pues muchas
veces los autores nos sorprenden y lo que en principio nos aburría termina por
apasionarnos, deben también entender que no están obligados a leer aquello que
no les motiva, pues la lectura nunca ha de ser para ellos una aburrida y
fastidiosa rutina.
Dar a los niños la posibilidad de apasionarse por la
lectura, enseñarles a amar de verdad los libros sin lugar a dudas contribuye a
formar para el futuro a personas libres, con sentido crítico y capacidad de
análisis, en una palabra, ciudadanos plenos y concientes de sus derechos y
deberes. Pero mientras ese futuro llega, dejémosles soñar mientras vuela su
imaginación con las blancas alas de las páginas de un libro.
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