Todos los años parece obligado hablar de las mujeres
hoy. Marzo se ha convertido en el mes de las mujeres dada la cantidad de
jornadas, charlas, conferencias, manifestaciones, homenajes y demás eventos
dedicados a nosotras. Pero a mí me llama la atención que las muchísimas
ocasiones que se aborda el asunto una de las primeras palabras que aparece es
“problemática”. Es decir, las mujeres no somos una realidad gozosa, el
cincuenta por ciento de la humanidad, somos, según esta concepción, un
problema.
Pues como estoy harta de que se me considere así, hoy
voy a dar la vuelta al argumento porque, aunque tampoco nosotras tenemos la
panacea para este desangelado mundo, es evidente que, a poco que observemos la
realidad, nos podemos dar cuenta de que las mujeres en multitud de ocasiones
somos la solución.
Si no, que se lo digan a tantas u tantas que en el
mundo, en lugar de lamentarse, se han arremangado y han tomado las riendas
cuando la situación pintaba más que negra: a las amas de casa de las ollas
colectivas, a las líderes locales que han conseguido a base de tesón y de lucha
que las voces de minorías olvidadas se escucharan, a las madres que no sólo
acunan en su regazo y amamantan sino que salen todos los días a buscar un
sustento, a las que se empeñaron por estar donde los prejuicios se lo impedían y
han demostrado ser tan válidas o en algunos casos más que los varones, a las
que se afanan por mejorar las condiciones higiénico sanitarias de sus poblados
y aldeas, a las que ganan por goleada a los hombres en ONGs y voluntariados
varios, a las que en tiempos de crisis
lo mismo sirven para u roto que para un descosido…
Que se lo digan a Rigoberta Menchú, a Doris Cárdenas,
o a Dorothee Sölle.
A Esther Madudu después de haber asistido a una
parturienta que gracias a ella no ha pasado a engrosar la estadística africana
de mortalidad puerperal.
O a la pequeña pero muy grande Malala Yusafzi con
cuya determinación no han podido ni las balas del más cerril integrismo.
A las Madres y Abuelas de la Plaza de Mayo, a Somali Mam, a Margarita Salas o a Adela Cortina.
O a nuestras ilustres antecesoras como Hypatia, Juana
Inés de la Cruz, Olympe de Gouges, Hildegarda de Bingen, María Zambrano o Clara
Campoamor entre tantas y tantas, a veces injustamente sepultadas bajo el polvo
de la historia.
Que nos lo digan, en fin, a nosotras, a las que
amamos y trabajamos, nos hundimos y nos levantamos, investigamos, enseñamos,
creamos, sanamos, sacamos de donde no hay, consolamos, escuchamos, nos
enfadamos y nos reconciliamos, hacemos red, nos coordinamos, metemos la pata y
la sacamos, entregamos nuestras energías y nuestro tiempo… A las que, en resumidas
cuentas, VIVIMOS Y DAMOS VIDA, que es de lo que se trata.
Por eso, por favor, que dejen ya de problematizar
nuestros cuerpos y nuestros ritmos, nuestros anhelos y nuestras luchas. No,
nosotras no somos el problema. El problema es este sistema injusto, opresor y
contrario a la vida que se llama patriarcado y que a lo largo de la historia ha
ido tomando diversas caras, revistiéndose de distintos ropajes pero que al
final siempre es lo mismo y tiene el mismo significado: unas estructuras
deshumanizadas y deshumanizantes que impiden el crecimiento y el desarrollo
sobre todo a los más débiles e indefensos.
Nosotras con nuestros compañeros de vida y viaje
simplemente somos una parte importante de la solución.
Nunca me habia parado a plantearmelo así. Es verdad que muchas veces todo lo que se relaciona con las mujeres parece un problema y no es así.
ResponderEliminarGracias por recordar a esas mujeres que trabajan por dar soluciones y a las que trabajaron.
Y por recordarnos a todas.