sábado, 5 de enero de 2013

LA ILUSIÓN DEL SEIS DE ENERO




Mi abuela me había hablado de él. Era un gorrión que venía todas las mañanas a posarse en los geranios del balconcillo mientras ella desayunaba. Me había dicho que, si me quedaba algún día a dormir y no era muy remolona para levantarme, podría verlo, y para mí, que tenía tres años, aquello era toda una novedad. Por eso aquel ya lejano seis de enero, cuando todos los adultos expectantes me formularon la pregunta de rigor: “¿Quién viene hoy?”, yo no dudé en responder, ante el asombro general, que el pajarito que se posa en las macetas. Poco materialista que era una a los tres años, edad en la que se suponía que ya la visita de sus Majestades de Oriente tenía que hacerme perder el sueño por la ilusión.

Claro que, las Navidades siguientes compensé con creces las expectativas de todos los adultos que me rodeaban, y, olvidado el alado visitante de mi abuela al que, dicho sea de paso, nunca conocí, disfruté como la niña que era con la cabalgata de los Reyes, el montón de caramelos que caían sobre la capucha de mi trenca (que años más tarde me enteré que no provenían de las manos de los monarcas de las carrozas sino de las de mi tía, ¡bendita inocencia!), las mariposas en la tripa que me impedían dormir y el madrugón matutino para correr al cuarto donde la magia de la noche, confabulada con la dedicación de mis padres y parientes, había dejado juguetes y libros rodeados de dulces, ¡ay ese roscón!, e incluso en alguna ocasión una carta de Melchor felicitándome el año, o la cara de Baltasar pintada en un balón de plástico.

Así fue durante algún tiempo, al final del cual fui yo quien volvió las tornas y seguía la corriente a los mayores por eso de no quitarles a ellos la ilusión. Sin embargo, ser la primogénita de cuatro hermanos me llevó a vivirla muy pronto desde la otra orilla: la de ayudar a dar cuerpo a la fantasía de los pequeños. Recuerdo que me sentía mayor ayudando a mis padres a colocar los regalos, que incluso ahorraba durante el año para poner mi detallito a todos y que me sentía recompensada viéndolos a ellos felices.

Por eso, cuando nació mi primer hijo continué con la tradición. Sé que muchos padres hablan de engaño y de mentira y dicen no querer hacer partícipes a sus hijos de algo que consideran una farsa. Evidentemente respeto su postura y no voy a intentar desde estas líneas convencer a nadie de nada. Que cada cual haga con las celebraciones lo que quiera. Es más, yo también me planteé en algún momento esa cuestión, pues si de algo me precio es de, adaptada a su edad y entendimiento, haber siempre intentado decir a mis hijos la verdad, de haber sido honesta con ellos.

Pero con los Reyes Magos me permití una licencia, porque, por otra parte, no consideraba que les estuviera mintiendo. Al menos no más que cuando escribo un poema, o invento un cuento. Y es que hay muchos tipos de verdades: unas son objetivas y hacen referencia a la realidad, y otras, subjetivas, pueden vivir en el mundo de los sueños, en el de la imaginación y la poesía. ¿Quién dice que no existen? No, Melchor, Gaspar y Baltasar no son más que una invención sobre otra invención, que atribuye realeza a unos magoi, de los que no se dice tampoco su número, y que aparecen en un texto que tiene más de teológico que de histórico, pero de lo que no cabe duda es de que la magia del seis de enero existe para quienes la hemos vivido, y que tiene su lugar dentro de ese universo simbólico.

Tengo un amigo que afirma creer a pies juntillas que su primera bici se la trajeron los Reyes. No, no está loco ni nada por el estilo. Es un sensato profesor de secundaria. Pero esa bicicleta, contra todo pronóstico, estuvo en su casa un seis de enero por la mañana de manera casi mágica. Andando el tiempo, ya de adulto, los Reyes le han traído otro tipo de regalos, como una amistad casi imposible. Y me consta que este año también tienen un regalo muy especial para él.

Mis hijos han pasado ya la edad en la que todo prodigio es posible, sin embargo el día de Reyes sigue siendo muy especial en casa, porque, aunque naturalmente esos personajes han pasado para ellos al desván de las fantasías de la infancia junto al Ratón Pérez y Agusa, pervive el espíritu, ese que nos lleva a devanarnos los sesos buscando el mejor regalo para cada uno, el que nos hace jugar a esconder las sorpresas y todavía los manda a la cama con hormiguillas en el estómago y los saca  de la misma bastantes horas antes que cualquier día festivo, para, una vez abiertos todos los paquetes, sentarnos a desayunar el roscón que determinará quién es en esa ocasión el rey de la jornada. Eso sí, carbón nunca ha habido, salvo el que ya de adolescentes nos intercambiábamos de broma mis hermanos y yo, porque nuestros Reyes nos quieren incondicionalmente y no son partidarios de reprimendas o castigos. Además, eso de los niños malos sí que es una mentira y una leyenda urbana.

¡¡¡FELIZ NOCHE DE LA MAGIA Y LA ILUSIÓN!!!

3 comentarios:

  1. Preciosa entrada, yo también me he planteado si lo de los reyes no sería una mentira y si eso sería bueno para los niños, pero al final lo veo como tú. Como una ilusión que incluso puede contagiar a los adultos cuando ven sus caritas ilusionadas.

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  2. Selene todavía cree y estoy harta de mordisquear mantecados la noche de Reyes para que crea que son ellos.
    Hay quien me dice que no está bien ,que ya es mayor y te aseguro que no sé cómo hacerlo sin que piense que la he engañado.
    Creo que nada volverá a ser igual si lo hago.
    Ya me aconsejarás.
    Un beso,preciosa entrada.

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    1. ¡Ay, no soy quién para aconsejar nada! En realidad nadie puede aconsejarte. Sólo te diré lo que yo he hecho con los míos. Yo nunca revelé nada, me parece muy frío coger al niño, a la niña, y decirle: "Mira, cielo, todo eso que los mayores te han contado de los Reyes, esos personajes en los que tú crees y a los que dejas mantecados para que repongan fuerzas, no existen. Los regalos los compramos los adultos". No, las cosas no van así, porque además ella se encargará de cerrarse a la evidencia y negarlo. Déjala disfrutar con su ilusión, deja que crea en la magia, que este mundo desangelado está falto de ella. Si todos nos hiciéramos un poco niños, mejor nos iría.

      Cuando llegue el momento ella misma comprenderá lo que ocurre: que la magia la ponen los adultos que la quieren y que se esfuerzan por que esa mañana ella vea sus deseos hechos realidad, por lo tanto, ¿quién dice que el espíritu de los Reyes Magos no existe? Entonces las cosas serán diferentes, pero no peores. Entonces la noche de Reyes se transformará porque ella también participará en la magia de hacer un poquito felices a los que ama, de tener un detalle de cariño. Magia compartida.

      Yo lo que nunca perdería de vista es una cosa: se trata de una forma como muchas de manifestarnos el cariño, de tener un detalle, nunca un concurso consumista.

      A veces los adultos nos encargamos de complicar cosas que en realidad son mucho más simples. Déjate llevar y disfruta con ella.

      Besitos a las dos.

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